sábado, 23 de julio de 2016

La HIBRIS , desmesura, furia, orgullo . Aquel a quien los dioses quieren destruir , primero lo vuelven loco. Proverbio antiguo.

Paráfrasis y glosa de artículos de Wikipedia la Enciclopedia Libre relacionados con el tema de la HIBRIS ; se trata de la enfermedad , pasión o defecto que suelen padecer algunos miembros de las Elites, o sea los que son :  Afortunados, Bien Dotados, Famosos , Poderosos, Ricos, Triunfadores   . 

Don Quijote cabalga de nuevo.

La hibris (en griego antiguo ὕβρις hýbris) es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales.

En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (la furia o el orgullo).

En la mitología griega, Ate, Atea o Ateo (en griego antiguo, Ἄτη: ‘ruina’, ‘insensatez’, ‘engaño’) era la diosa de la fatalidad, personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias. Típicamente se hacía referencia a los errores cometidos tanto por mortales como por dioses, normalmente debido a su hibris o exceso de orgullo, que los llevaban a la perdición o la muerte.

En la Ilíada, se dice que Atea es la hija mayor de Zeus, sin mencionarse madre alguna. Instigada por Hera, Ate usó su influencia en Zeus para que éste jurase que el día que naciera un mortal descendiente suyo, éste sería un gran gobernante.

Hera inmediatamente retrasó el nacimiento de Heracles y provocó el de Euristeo prematuramente, logrando así que éste obtuviese el poder destinado al primero.

Encolerizado, Zeus arrojó a Atea a la tierra para siempre, prohibiendo que volviese al cielo o al Olimpo. Atea vagó entonces por el mundo, pisando las cabezas de los hombres en lugar de la tierra, provocando el caos entre los mortales.

También en la Ilíada se refiere Fénix a Ate al hablarle a Aquiles:
ésta es robusta, de pies ligeros y por lo mismo se adelanta, y recorriendo la tierra, ofende a los hombres.
Se dice también en esa obra que es importante entregarle a Ate ofrendas, que impiden su intervención y la alejan.

En su Teogonía, Hesíodo afirma que la madre de Atea es Eris (Discordia), pero no menciona a ningún padre. Algunos autores, pues, la consideran hija de Zeus con Eris.

Las Litaí (‘oraciones’) iban en pos de Atea, pero ella era rápida y las dejaba muy atrás.

Apolodoro, afirma que cuando fue arrojada por Zeus, Atea cayó en una montaña de Frigia, que fue bautizada con su nombre. Más tarde Ilo, persiguiendo una vaca, fundó allí la ciudad de Ilión, esto es, Troya. Esta bonita floritura está cronológicamente reñida con la fecha en la que según Homero ocurrió la caída de Atea.

En las Dionisíacas de Nono, Hera incita a Atea para persuadir a Ámpelo, un joven a quien Dioniso amaba apasionadamente, para que impresionase a éste cabalgando un toro. Ámpelo acabó por caerse del mismo, rompiéndose el cuello, siendo entonces transformado en vid.

En las obras de escritores clásicos Atea aparece bajo una luz diferente: venga los actos malvados e inflige justos castigos a los delincuentes y su posteridad,[1] de tal forma que su personalidad es casi la misma que la de Némesis y las Erinias. Aparece con mayor protagonismo en los dramas de Esquilo, y con menor relevancia en los de Eurípides, donde la idea de Dice (Justicia) está más completamente desarrollada.

En su obra Julio César, Shakespeare presenta a Atea como una invocación de la venganza y la amenaza. Marco Antonio, lamentando el asesinato de César, imagina así al espíritu del occiso:
[...] pidiendo venganza, con Ate a su lado llegará ardiendo del Infierno, gritará en estos confines con voz de monarca “¡Caos!” y soltará los perros de la guerra [...]
La equivalente de Ate en la mitología romana es Nefas (Error).


Como reza el famoso proverbio antiguo, erróneamente atribuido a Eurípides: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco».

En síntesis, hybris o hibris es un castigo lanzado por los dioses.

La hibris en la antigüedad.


La religión griega ignoraba el concepto de pecado tal como lo concibe el cristianismo, lo que no es óbice para que en esta civilización la hibris pareciera la principal falta. Se relaciona con el concepto de moira, que en griego significa ‘destino’, ‘parte’, ‘lote’ y ‘porción’ simultáneamente.

El destino es el lote, la parte de felicidad o desgracia, de fortuna o infortunio, de vida o muerte, que corresponde a cada uno en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres (véase en el artículo moira la división del mundo realizada por los tres grandes Crónidas, que determina el destino de cada uno).

Crono . En la mitología griega,   Cronos[2] (en griego antiguo Κρόνος Krónos, en latín Cronus)[3] [4] era el principal (y en algunos mitos el más joven) de la primera generación de titanes, descendientes divinos de Gea (la tierra) y Urano, (el cielo). Crono derrocó a su padre Urano y gobernó durante la mitológica edad dorada, hasta que fue derrocado por sus propios hijos, Zeus, Hades y Poseidón, y encerrado en el Tártaro[5] o enviado a gobernar el paraíso de los Campos Elíseos.[6]

Se le solía representar con una hoz o guadaña, que usó como arma para castrar y destronar a su padre, Urano. En Atenas se celebraba el duodécimo día de cada mes (Hekatombaion) una fiesta llamada Cronia en honor a Crono para celebrar la cosecha, sugiriendo que, como resultado de su relación con la virtuosa edad dorada, seguía presidiendo como patrón de la cosecha. Crono también fue identificado en la antigüedad clásica con el dios romano Saturno.

En la mitología griega, las Moiras (en griego antiguo Μοῖραι, ‘repartidoras’) eran las personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata, las Laimas en la mitología báltica y en la nórdica las Nornas. Vestidas con túnicas blancas, su número terminó fijándose en tres.

La palabra griega moira (μοῖρα) significa literalmente ‘parte’ o ‘porción’, y por extensión la porción de existencia o destino de uno. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte (y más allá).

En principio, las Moiras eran concebidas como divinidades indeterminadas y abstractas, quizá incluso como una sola diosa. En la Ilíada de Homero se habla generalmente de "la Moira", que hila la hebra de la vida para los hombres en su nacimiento[1] (μοῖρα κραταιή, moera Krataia: ‘poderosa Moira’).[

En la Odisea hay una referencia a las Klôthes (Κλῶθές) o hilanderas.[3] En Delfos sólo se rendía culto a dos: la moira del nacimiento y la de la muerte.[4] En Atenas, la diosa Afrodita era considerada la mayor de ellas en su aspecto de Afrodita Urania, según la Descripción de Grecia de Pausanias.[5]
Una vez su número se hubo establecido en tres,[6] los nombres y atributos de las Moiras quedaron fijados:
  • Cloto (Κλωθώ, ‘hilandera’) hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Su equivalente romana era Nona, originalmente invocada en el noveno mes de gestación.
  • Láquesis (Λάχεσις, ‘la que echa a suertes’) medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima, análoga a Nona .

  • Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’, literalmente ‘que no gira’,[7] a veces llamada Aisa) era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus «detestables tijeras» cuando llegaba la hora. En ocasiones se la confundía con Enio, una de las Grayas.[8] Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’), y es a quien va referida la expresión "la Parca" en singular.
En la tradición griega, se aparecían tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida. En origen muy bien podrían haber sido diosas de los nacimientos, adquiriendo más tarde su papel como verdaderas señoras del destino.

Por todo ello, y en especial por el predominante papel de Átropos, las Moiras inspiraban gran temor y reverencia, aunque podían ser adoradas como otras diosas: las novias atenienses les ofrecían mechones de pelo y las mujeres juraban por ellas.

Un texto bilingüe eteocretense[9] tiene la traducción griega ομοσαι δαπερ ενορκίοισι (omosai d-haper enorkioisi, ‘pero puede jurar [estas] mismas cosas a las Guardianas de Juramentos’). En eteocretense esto se escribe —S|TUPRMĒRIĒIA, donde MĒRIĒIA puede aludir a las divinidades que los helenos conocían como las Moiras.

Diversas versiones de las Moiras existieron en los niveles mitológicos europeos más antiguos. Es imposible no relacionarlas con otras diosas hilanderas del destino indoeuropeas, como las Nornas en la mitología nórdica o la diosa báltica Laima y sus dos hermanas.

Ahora bien, la persona que comete hibris es culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del destino. La desmesura designa el hecho de desear más que la justa medida que el destino asigna.

El castigo a la hibris es la Némesis, el castigo de los dioses que tiene como efecto devolver al individuo dentro de los límites que cruzó.[1]
Heródoto lo expresa claramente en un significativo pasaje:
Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía.[2]

En la mitología griega, Némesis (llamada Ramnusia, la ‘diosa de Ramnonte’ en su santuario de esta ciudad) es la diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna.

Justicia retributiva o retribucionismo es una teoría de la justicia -y más en concreto una teoría de la pena- que sostiene que la retribución proporcional es una respuesta moralmente aceptable a la falta o crimen, independientemente de que esta medida produzca o no beneficios y/o perjuicios tangibles.

La justicia y derecho, el "principio de proporcionalidad de la pena" (en inglés expresado en la máxima "Let the punishment fit the crime") afirma que la severidad de la pena debe ser razonable y proporcional a la gravedad de la infracción. El concepto está presente en la mayoría de las culturas del mundo.

Por ejemplo, en la ley de Moisés, específicamente dentro del Deuteronomio 19:17-21, que mide tal retribución de "vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie" (en suma, "medida por medida", "measure to measure and so on"). Sin embargo, el principio de proporcionalidad de la pena no necesariamente exige que el cumplimiento sea equivalente a la falta, como en la anterior Ley del Talión.

Los filósofos del derecho penal han contrastado el retribucionismo con el utilitarismo. Para los utilitaristas, la pena tiene una finalidad teleológica, justificada por su capacidad para alcanzar beneficios futuros, por ejemplo la reducción de los índices de criminalidad, o prevencionismo.

Para los retribucionistas, en cambio, la pena tiene un carácter retrospectivo, acorde con la conducta criminal del pasado en la retribución, y estrictamente destinado a sancionar de acuerdo con la gravedad de dicha conducta.[1]

La gravedad de la conducta criminal puede distinguir, según los retribucionistas, por el nivel de daño causado, la cantidad de ventaja injustamente adquirida o por el "desequilibrio moral" provocado bajo el sustento de que se ha cometido un crimen".[2]


Némesis.- Castigaba a los que no obedecían a aquellas personas con derecho a mandarlas y, sobre todo, a los hijos que no obedecían a sus padres.

Recibía los votos y juramentos secretos de su amor y vengaba a los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o la infidelidad de su amante.

Su equivalente romana, casi en todo, era Envidia, aunque en el lenguaje usual en español y otros idiomas romances, en el presente se usa la palabra Némesis o némesis con el significado de alguien que es artífice de una venganza en cuanto es la justicia retributiva.


La concepción de la hibris como falta determina la moral griega como una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’.

El hombre debe seguir siendo consciente de su lugar en el universo, es decir, a la vez de su posición social en una sociedad jerarquizada y de su mortalidad ante los inmortales dioses.

La hibris es un tema común en la mitología, las tragedias griegas y el pensamiento presocrático, cuyas historias incluían a menudo a protagonistas que sufrían de hibris y terminaban por ello siendo castigados por los dioses.

La tragedia griega es un género teatral originario de la Antigua Grecia. Inspirado en los ritos y representaciones sagradas que se hacían en Grecia y Anatolia, alcanza su apogeo en la Atenas del siglo V a. C. Llega sin grandes modificaciones hasta el Romanticismo, época en la que se abre la discusión sobre los géneros literarios, mucho más de lo que lo hizo durante el Renacimiento.

Debido a la larga evolución de la tragedia griega a través de más de dos mil años, resulta difícil dar una definición unívoca al término tragedia, ya que el mismo varía según la época histórica o el autor del que se trate.

En la Edad Media, cuando se sabía poco o nada del género, el término asume el significado de «obra de estilo trágico», y estilo trágico deviene en un sinónimo bastante genérico de poesía o estilo ilustre, como De vulgari eloquentia, de Dante Alighieri.

El argumento de la tragedia es la caída de un personaje importante. El motivo de la tragedia griega es el mismo que el de la épica, es decir el mito, pero desde el punto de vista de la comunicación, la tragedia desarrolla significados totalmente nuevos: el mythos (μύθος) se funde con la acción, es decir, con la representación directa (δρᾶμα, drama). En donde el público ve con sus propios ojos personajes que aparecen como entidades distintas que actúan en forma independiente, la escena (σκηνή), provisto cada uno, de su propia dimensión psicológica.

Los más importantes y reconocidos autores de la tragedia fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides que, en diversos momentos históricos, afrontaron los temas más sensibles de su época.

Mimesis y catarsis.- Como ya se ha dicho, el primer estudio crítico de la tragedia se encuentra en la Poética de Aristóteles. En ella encontramos los elementos fundamentales para la comprensión del teatro trágico, sobre todo los conceptos de mímesis (μίμησις, del verbo μιμεῖσθαι, imitar) y de catarsis (κάθαρσις, purificación). Escribe en la Poética:
La tragedia es por lo tanto imitación de una acción noble y terminada [...] la cual por medio de la piedad y del miedo termine con la purificación de tales pasiones.
En pocas palabras, las acciones que la tragedia representa no son otra cosa que las acciones más torpes que los hombres puedan realizar: su contemplación hace que el espectador se introduzca en los impulsos que los generan, por un lado simpatizando con el héroe trágico a través de sus emociones (pathos), por otro lado condenando la desmesura o el defecto a través del hýbris (ὕβρις - 'soberbia' o 'malversación', es decir, actuación contra las leyes divinas que lleva al personaje a cometer el crimen).

La mímesis final representa la «retribución» por el crimen. El castigo recibido hace nacer en el individuo que asiste a la representación sentimientos de piedad y terror que permiten que la mente se purifique de las pasiones negativas que cada hombre posee. La catarsis final para Aristóteles representa la toma de conciencia del espectador, que, comprendiendo a los personajes, alcanza este estado final de conciencia, distanciándose de sus propias pasiones y alcanzando un avanzado nivel de sabiduría.

El defecto o la debilidad del personaje conlleva necesariamente a su caída en cuanto predestinada (el concatenamiento de las acciones parece en cierta manera inducido por los dioses, que no actúan directamente, sino como deus ex machina).

La caída del héroe trágico es necesaria, porque de un lado podemos admirar la grandeza (se trata casi siempre de un personaje ilustre, y poderoso) y por otro podemos, como espectadores, obtener un beneficio a partir de la historia. Citando las palabras de un gran estudioso de la antigua Grecia, la tragedia «es una simulación», en el sentido usado en campo científico, casi un experimento del laboratorio:
La tragedia monta una experiencia humana a partir de personajes famosos, pero los instala y los hace conducirse de tal manera que [...] la catástrofe que se presenta soportada por un hombre, aparecerá en su totalidad como probable o necesaria. Es decir, el espectador que ve todo con piedad y terror adquiere la sensación de que cuanto sucede a ese individuo, habría podido sucederle a él.
J.P.Vernant
Diferente fue, no obstante, la posición anticlasicista, fruto de la polémica romántica contra la poética neoaristotélica, que consideraban privada de sentimientos y distante de los tiempos modernos: sucede entonces que el elemento del pathos es exaltado, a veces en exceso, y que el personaje trágico aparece como víctima de una suerte injusta. El héroe trágico, en este punto tiende a acercarse a las clases sociales medias y bajas y por lo tanto a asumir el tono de denuncia política

La famosa cuestión respecto a las llamadas tres unidades aristotélicas, de tiempo, de lugar y de acción tiene un interés puramente histórico. Aristóteles había afirmado que la fábula debía ser completa y perfecta, debe, en otras palabras, tener unidad, es decir un principio, un desarrollo y un final. El filósofo también afirmaba que la acción de la epopeya y de una tragedia se diferencian en la longitud
... porque en la tragedia se hace todo lo posible para realizarse la acción en una vuelta del sol, mientras que la epopeya es ilimitada en el tiempo.
Aristóteles
Así que Aristóteles exige las unidades de tiempo y de acción, pero no dice nada de la unidad de lugar. Lo importante, dice, es que el espectador pueda entender y recordar el conjunto de la representación.

Digresión sobre  la  Comedia Griega  ( Espejo de las Costumbres ) .- Para poner en escena una comedia se requerían tres o cuatro actores, a veces con la ayuda de actores secundarios, y un coro de veinticuatro miembros (todos varones). El coro era de importancia capital.

Muchas obras tomaban sus títulos del coro (por ejemplo, Los acarnienses, Avispas, Aves), cuyos trajes y danzas proporcionaban el espectáculo. El traje era acorde con la naturaleza tosca de la Comedia Antigua, en la que los chistes tenían mucho que ver con el sexo y la excreción y se expresaban en un lenguaje desinhibido.

La comedia tomaba como punto de partido un objeto fantástico por parte del héroe cuya consecución, totalmente imposible en la vida real, constituía el argumento. Unos pocos ciudadanos distinguidos eran ridiculizados despiadadamente; en algunas comedias aparecen en papeles importantes, bien con sus propios nombres, por ejemplo Sócrates en Las Nubes, o Eurípides en Las Tesmoforias, o con un ligero disfraz, por ejemplo Cleón como Paflagonio en Caballeros.

De igual modo los dioses, o algunos dioses, recibían un trato irreverente, aunque nunca de un modo que pudiera poner en tela de juicio su existencia.

Es difícil ver hasta qué punto subyace una crítica seria a la sociedad detrás de los chistes y las bromas. La Comedia Antigua era al mismo tiempo una amalgama de creencias religiosas, sátira y crítica (política, social y literaria) mezclada con bufonadas.

Hybris.- En la Teogonía de Hesíodo, las distintas razas de hombres (de bronce, de hierro, etcétera) que se suceden unas tras otras se condenaron por su hibris. En cierto modo, la falta de Agamenón en el primer libro de la Ilíada se relaciona con la hibris al desposeer a Aquiles de la parte del botín que debería corresponderle en justicia.

Por su parte, Heráclito muestra la hibris como el señalamiento de una falta hacia el Nous o dios legal: «El Sol no traspasará sus medidas, pues si no las Erinias, asistentes de la Dice, lo descubrirán».[3] No obstante, Heráclito piensa que mientras haya discordia, se podrá fundir las partes en el Uno. Por lo tanto aquí la hibris es un fluir de opuestos, haciendo posible la vida.

En el Derecho griego, la hibris se refiere con mayor frecuencia a la violencia ebria de los poderosos hacia los débiles. En la poesía y la mitología, el término fue aplicado a aquellos individuos que se consideran iguales o superiores a los dioses.

El hibris era a menudo el hamartia (‘trágico error’) de los personajes de los dramas griegos.
Hamartia (en griego antiguo: αμαρτία) es un término usado en la Poética de Aristóteles,[1] que se traduce usualmente como "error trágico", o "error fatal" defecto, fallo o pecado. Es el error fatal en que incurre el "héroe trágico" que intenta "hacer lo correcto" en una situación en la que lo correcto simplemente no puede hacerse.

En griego, la palabra hamartia tiene sus raíces en la noción de errar el tiro, no dar en el blanco (hamartanein) e incluye un amplio espectro de cimientos, desde el accidente hasta el error,[2] así como el dolo o el pecado.[3] Incluso un accidente puede ser considerado una traducción apropiada de hamartia, puesto que "en ambos casos uno puede no dar en el blanco."[4]

En Ética a Nicómaco hamartia se describe por Aristóteles como una de las tres clases de ofensas que un hombre puede infligir a otro. Hamartia es una ofensa cometida por ignorancia (cuando la persona afectada o el resultado no son lo que el agente suponía que eran).[5]Esto implica que el personaje incurre en un error fatal basándose en un autoconocimiento incompleto.

Por ejemplo, la hamartia de Edipo fue matar a su padre porque, aunque sabía que estaba perpetrando un asesinato, ignoraba que el hombre era un rey y su padre. Él "erró el tiro" en el asesinato, porque pretendía matar a un extraño y mató a alguien con quien estaba íntimamente ligado.

En la tragedia griega es el protagonista el que incurre en hamartia. Es a través de la hamartia que el público experimenta la catarsis. Porque el héroe no merece su caída, el público lo compadece. Dado que el héroe es parecido al público, éste teme que la misma situación puede presentárseles.

Al experimentar los acontecimientos de la obra de forma vicaria a través del héroe se crea la compasión y el miedo dentro de cada espectador; no obstante, quedan purgados cuando la obra finaliza y el público se da cuenta de que era sólo una imitación.

Había también una diosa llamada Hibris (o Hybris), la personificación del anterior concepto: insolencia y falta de moderación e instinto. Hibris pasaba la mayor parte del tiempo entre los mortales. Según Higino era hija de Érebo y la Noche,[4] Otros autores le atribuyen la maternidad de Coro, la personificación del desdén.

Personajes mitológicos griegos y romanos castigados por sus hibris:


En la Biblia también aparece el tema del castigo por arrogancia:

Las consecuencias negativas modernas de las acciones provocadas por la hibris parecen estar asociadas a una falta de conocimiento, interés y estudio de la historia, combinada con un exceso de confianza y una carencia de humildad.


El historiador británico Arnold J. Toynbee (1889-1975), en su voluminoso Estudio de la Historia (1933-1961), utiliza el concepto de hibris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones, como variante activa de la némesis de la creatividad.

Se ha sugerido que la hibris es una de las tres cualidades de los programadores de éxito, según Larry Wall. Sería «la cualidad que te hace escribir (y mantener) programas sobre los que otra gente no querrá hablar mal». Las otras dos serían la pereza y la impaciencia.

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